14 citas sobre las representaciones gráficas de Jesús

Las iglesias Reformadas creen, sin lugar a dudas, que una de las cosas que Dios prohibió en el segundo mandamiento es realizar cualquier imagen o representación gráfica de Dios, lo cual incluye imágenes de cualquiera de sus personas: Padre, Hijo o Espíritu Santo.

Algunas personas están convencidas que no deberían intentar darle una representación gráfica al Padre. Sin embargo, curiosamente, muchos no ven ningún problema en crear una imagen de Dios Hijo. Como si este fuera menos Dios que el Padre.

Por esta razón hemos recopilado esta lista de importantes citas que podemos encontrar en la historia y especialmente en la tradición Reformada, todas las cuales hablan en contra de las imágenes de Jesucristo.

1. Concilio de Hieria (754)

Las imágenes no pueden representar a Cristo con precisión porque están vacías de sustancia y vida. Cualquier imagen precisa de Cristo tendría que ser exactamente como Cristo en sustancia y vida. Cualquier imagen verdadera de Jesús debe representar tanto su naturaleza divina [lo cual es imposible pues ésta no se puede ver ni abarcar] como su naturaleza humana [lo cual es imposible ya que no existe una representación exacta conocida]. Al hacer una imagen de Jesús, uno está separando o confundiendo las naturalezas humana y divina de Cristo. Cualquiera de estas dos acciones es herejía.

2. La Segunda Confesión Helvética – Capítulo IV (1561)

-Imágenes de Dios.  

Siendo Dios espíritu invisible y esencia infinita, resulta imposible representarle valiéndose de alguna forma artística o de una imagen. De aquí que, conforme a las Sagradas Escrituras, consideremos cualquier imagen visible de Dios como puro engaño.

-Imágenes de Cristo.  

No condenamos solamente los ídolos paganos, sino que también las imágenes que veneran algunos cristianos. Porque aunque Cristo haya adoptado forma humana, no lo ha hecho para servir de modelo a escultores y pintores. Él ha dicho que no ha venido para abolir la Ley y los Profetas (Mat. 5:17). Y el caso es que tanto la Ley como los Profetas han prohibido las imágenes (Deut. 4:16 y 23; Isaías 40:18 y sgs.). Cristo no dice que estará en la iglesia corporalmente presente, sino que promete estar cerca de nosotros con su espíritu (Juan 16:7). ¿Quién, pues, va a creer que aprovechará a los creyentes una mera sombra o una imagen del cuerpo? (2 Cor. 5:16). Y si Cristo queda en nosotros mediante su santo espíritu, entonces ya somos templo de Dios (1.a Cor. 3:16). «¿Qué comunión hay entre el templo de Dios y los ídolos?» (2.a Cor. 6:16). 

3. Zacarías Ursino, Summa Theologiae (1562)

164. P. ¿Cuál es el significado de este mandamiento?

R. Que no tratemos de adorar a Dios de otra manera que la que él ha ordenado en su Palabra.

165. P. ¿Pero están todas las imágenes esculpidas o pintadas prohibidas por esta ley?

R. No, sólo las que están hechas para representar o adorar a Dios.

166. P. ¿Por qué Dios no quiere ser representado por una forma visible?

R. Puesto que él es Espíritu eterno e incomprensible, toda representación de él en una forma corruptible, sin vida, corporal, es una mentira contra Dios y disminuye su majestad.

167. P. ¿Qué significa adorar a Dios a través de imágenes?

R. Significa dirigirse, ya sea en el alma o en el cuerpo, a las imágenes cuando se adora a Dios, como si Dios nos escuchara mejor si se le adora a través de ellas; o mostrarles honor con el pensamiento, el gesto, la mención del nombre divino o cualquier signo externo como si representaran a Dios; o desear de cualquier manera adorar a Dios por medio de ellas.

168. P. ¿Por qué es impropio adorar a Dios con imágenes?

R. Porque no es para ninguna criatura sino sólo a la autoridad divina instituir la forma del culto divino y los signos de la presencia divina. Representar a Dios de forma diferente a como es, es un grave insulto para él.

4. El Catecismo Mayor de Westminster (1648)

P109: ¿Cuáles son los pecados prohibidos en el segundo mandamiento?  

R. Los pecados que se prohiben en el segundo mandamiento son: el inventar, aconsejar, mandar, usar y de cualquier manera aprobar cualquier adoración religiosa que no esté instituida por Dios mismo; el hacer alguna representación de Dios, de todos o de una de las personas de la Trinidad, ya sea interiormente en nuestra mente, o exteriormente en cualquier clase de imagen o semejanza de criatura alguna; toda adoración de imágenes, o adoración a Dios en ellas, o por medio de ellas; el hacer cualquier representación de deidades fingidas, y toda adoración a ellas, o servicio perteneciente a ellas; toda invención supersticiosa.

5. Thomas Vincent, Guía de instrucción para la familia (1674)

PREGUNTA 5: ¿No es lícito tener imágenes o dibujos de Dios creados por nosotros, para que no los adoremos, ni a Dios por medio de ellos? 

RESPUESTA: Las imágenes o dibujos de Dios son una abominación y son completamente ilegales porque degradan a Dios y pueden ser causa de adoración idólatra. 

PREGUNTA 6: ¿No es lícito tener imágenes de Jesucristo, siendo él tanto hombre como Dios? 

RESPUESTA: No, no es lícito tener imágenes de Jesucristo porque su naturaleza divina no puede ser representada en absoluto; y porque su cuerpo, estando ahora glorificado, no puede ser representado como es; y porque, si no despierta devoción, es una imagen vana, pero si despierta devoción, es adoración con una imagen o un cuadro, y por tanto, una violación evidente del segundo mandamiento. 

6. John Owen, Cristología, Capítulo XIII (1679)

Muchos son los que, sin comprender ni ser afectados por esa descripción divina y espiritual de la persona de Cristo que nos es dada por el Espíritu Santo en las Escrituras, inventan para sí mismos representaciones falsas de Él mediante imágenes y pinturas para excitar afectos carnales y corruptos en sus mentes. Con la ayuda de sus sentidos externos, proyectan en su imaginación la figura de un cuerpo humano, colocándolo en posturas y circunstancias dolorosas o triunfantes; y así, por el obrar de su fantasía, provocan una conmoción mental en ellos que suponen es amor por Cristo. Pero todos estos ídolos son maestros de mentiras. La verdadera belleza y hermosura de la persona de Cristo, que es el objeto formal y la causa del amor divino, está tan lejos de ser representada de este modo, que en realidad, de este modo, la mente se desvía por completo de la contemplación de esta. Porque ninguna otra cosa puede ser representada ante nosotros de este modo, sino únicamente lo que pertenece al mero hombre, y lo que se refiere arbitrariamente a Cristo, no por fe, sino por corrupta imaginería. 

John Owen

La belleza de la persona de Cristo, tal como él es representado en las Escrituras, consiste en cosas invisibles para los ojos de la carne. Son tales que ninguna mano de hombre puede representar o formar. Solo el ojo de la fe puede ver a este Rey en su belleza. ¿Qué más diremos sobre las glorias inaccesibles de su naturaleza divina? ¿Puede la mano del hombre representar la unión de sus naturalezas en una misma persona, en la cual él es peculiarmente encantador? ¿Qué ojo puede discernir las comunicaciones mutuas de las propiedades de sus diferentes naturalezas en una misma persona, en su dependencia mutua, con las que Dios dio su vida por nosotros y compró a su iglesia con su propia sangre? En estas cosas, ¡oh hombre vano! consiste la hermosura de la persona de Cristo para las almas de los creyentes, y no en aquellos trazos de arte en los que una hábil mano y un lápiz han sido guiados por la fantasía. ¿Y qué ojo de carne puede discernir la habitación del Espíritu en toda plenitud en la naturaleza humana? ¿Puede su grandeza, su amor, su gracia, su poder, su compasión, sus oficios, su aptitud y capacidad para salvar a los pecadores, ser cifrados en una tabla o grabados en madera o piedra? Independientemente de cómo se adornen tales cuadros, por más embellecidos y enriquecidos que sean, no son el Cristo que ama el alma de la esposa; no son ningún medio de representarnos su amor ni de transmitirle nuestro amor a él; sólo desvían las mentes de las personas supersticiosas, del Hijo de Dios hacia los abrazos de una nube, compuesta de fantasía e imaginación. 

Hay otros que aborrecen a estos ídolos, y aún haciéndolo, cometen sacrilegios. Así como rechazan a las imágenes, así parecen amar a la persona de Cristo, a diferencia de otros actos de obediencia, por medio de una tierna imaginación. Y el amor más supersticioso a Cristo, es decir, el amor actuado de maneras teñidas de superstición, es mejor que ninguno. Pero, ¿con qué ojos leen esas personas las Escrituras? ¿Con qué corazones las consideran? ¿Acaso ellos creen que fue la intención del Espíritu Santo, en todas aquellas descripciones que nos ha dado de la persona de Cristo como hermoso y deseable sobre todas las cosas, hacer una propuesta a nuestros afectos incitándonos a recibirlo por fe, para unirnos a él en amor? Sí, ¿Con qué fin está dotada nuestra naturaleza de este afecto? ¿Con qué fin se renueva en nosotros su poder por la santificación del Espíritu Santo, si no puede fijarse en este objeto tan apropiado y excelente? 

Este es el fundamento de nuestro amor por Cristo, es decir, la revelación y la forma en la que él nos es propuesto en las Escrituras como completamente hermoso. El descubrimiento que, en él, se hace de las gloriosas excelencias y dotes de su persona y de su amor, de su bondad y de la gracia de su valor y obra, es lo que atrae los afectos de los creyentes hacia él. Se puede decir que, si él fuese propuesto así a todos, de manera indiscriminada, entonces todos discernirían igualmente su hermosura y se verían afectados por ella, asintiendo así, por igual, a la verdad de esa revelación. Pero siempre ha ocurrido lo contrario. En los días de su carne, algunos que lo miraban no podían ver «parecer ni hermosura» en él por la cual pudiesen desearle; otros vieron su gloria «gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad». Para algunos es precioso; para otros es repudiado y reprobado; la piedra que los constructores rechazaron cuando otros al verle clamaron: «Gracia, gracia a ella» conociéndole como la cabeza del ángulo. Algunos no ven nada más que debilidad en él; para otros la sabiduría y el poder de Dios evidentemente resplandecen en él. Por lo tanto, debe decirse que, a pesar de esa representación abierta y clara que se hace de él en las Escrituras, a menos que el Espíritu Santo nos dé ojos para discernirlo y circuncide nuestro corazón cortando los prejuicios corruptos y todos los efectos de la incredulidad, implantando en ellos, por la eficacia de su gracia, este bendito afecto de amor hacia él, todas estas cosas no causarán impresión alguna en nuestras mentes. 

Como sucedió con el pueblo en cuanto a la promulgación de la ley, que a pesar de todas las grandes y poderosas obras que Dios había realizado entre ellos, al no haberles dado «corazón para percibir, ojos para ver y oídos para oír» los cuales Él afirma no haberles dado (Deut. 29:4), no fueron movidos a la fe ni a la obediencia; y así es en la predicación del evangelio. A pesar de toda la bendita revelación que se hace de las excelencias de la persona de Cristo en ella, sin embargo, aquellos en cuyos corazones Dios no brilla para dar el conocimiento de su gloria en su rostro, no pueden discernir nada de ello ni sus corazones son afectados por esto. 

Por lo tanto, en este asunto, nosotros no seguimos «fábulas ingeniosamente inventadas». No nos entregamos a nuestras propias fantasías e imaginaciones; no son los éxtasis o arrebatos inexplicables que pretenden que son, ni una concatenación de pensamientos tan artificial como algunos ignorantes de estas cosas se jactan de poder dar cuenta. Nuestro amor por Cristo surge solo de la revelación que se hace de él en las Escrituras; se engendra, regula, mide y debe ser juzgado sólo por esta. 

7. Thomas Watson, Los Diez Mandamientos (1692)

Thomas Watson

Si no es lícito hacer una imagen de Dios Padre, ¿tampoco podemos crear una imagen de Cristo, quien tomó sobre sí la naturaleza de hombre? ¡En modo alguno! Epifanio, al ver una imagen de Cristo colgada en una iglesia, la rompió en pedazos. Es la Deidad de Cristo, unida a su humanidad, lo que le hace ser Cristo; representar, pues, su humanidad, cuando no podemos representar su divinidad, es un pecado, puesto que lo convertimos en un Cristo parcial; separamos lo que Dios ha unido, descartamos el elemento más importante de su naturaleza como Cristo.

8. Wilhelmus A’Brakel, El servicio razonable del cristiano (1700)

Pregunta: ¿Es lícito para los hombres hacer imágenes de Dios, a saber, del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y de los santos fallecidos, para adorarlos y honrarlos, o para servir a Dios y a los santos por medio de ellas? 

Declaramos, por el contrario, que la realización de imágenes de la Trinidad está absolutamente prohibida. No conocemos la naturaleza espiritual de los ángeles ni la verdadera apariencia física de Cristo y ni de los apóstoles. Así, las imágenes que se hacen de ellos no tienen semejanza, y es vanidad hacer una imagen y decir: Ese es Cristo, esa es María, ese es Pedro, etc. Sí, incluso si tuviésemos sus imágenes verdaderas, no deberíamos adorar, honrar ni participar en ninguna actividad religiosa en relación a ellas. No podemos honrar a Cristo, María, Pedro y otros santos de esta manera. La pregunta, en realidad, es doble y refutaremos cada parte individualmente. 

Wilhelmus A’Brakel

En primer lugar, no se puede hacer ninguna imagen de Dios; es decir, del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. 

Primero, esto está absolutamente prohibido en este mandamiento y en muchos otros pasajes. Considere sólo el siguiente pasaje: «Oísteis la voz de las palabras, pero no viste ninguna semejanza; Por tanto, mirad por vosotros mismos… no sea que os corromperéis y hagáis una imagen tallada, semejanza de figura alguna, semejanza de macho o hembra, semejanza de cualquier animal que hay en la tierra, semejanza de ave alguna alada que vuela por los aires, semejanza de cualquier reptil de la tierra, semejanza de pez que hay en las aguas debajo de la tierra; y no alces tus ojos al cielo, y cuando veas el sol y la la luna y las estrellas, todo el ejército de los cielos, deben ser impulsados a adorarlos y servirlos, lo que el SEÑOR tu Dios ha repartido a todas las naciones debajo de todo el cielo» (Deut. 4:12, 15-19). 

En segundo lugar, Dios no puede ser representado y, por lo tanto, es la voluntad de Dios que eso no suceda. «¿A quién, pues, compararéis a Dios? ¿O qué semejanza le compararéis?» (Isaías 40:18). 

En tercer lugar, esto es algo que deshonra mucho a Dios. «Y cambió la gloria del Dios incorruptible en una imagen semejante a la de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles» (Rom. 1:23). Los papistas lo imitan livianamente.

Representan a Dios Padre con la apariencia de un hombre, es decir, de un anciano; a Dios Hijo con la apariencia de una bestia de cuatro patas, es decir, de un cordero; y a Dios Espíritu Santo en apariencia de pájaro, es decir, paloma. Así deshonran a Dios como lo hacen los paganos. 

Cuarto, corrompe al hombre. «Mirad, pues, de vosotros mismos… no sea que os corromperéis» (Deut. 4: 15-16). Porque esto impulsa al hombre a pensar en Dios, que es un Espíritu y que debe ser servido en el Espíritu, en términos físicos. 

[…]

Objeción #2: Tanto la imagen de Dios como la de los santos tienen valor educativo. 

Respuesta: 

(1) No obstante, Dios ha prohibido esto. Este es un pensamiento pagano y no debemos pretender que sea beneficioso, ya que está prohibido. 

(2) Dios no quiere que nos enseñen con imágenes mudas, sino con Su Palabra. «Tus testimonios también son mi deleite y mis consejeros. Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino» (Sal. 119:24,105). 

9. Thomas Ridgley, A Body of Divinity (1731)

Thomas Ridgley

Se pregunta además ¿podemos o no podemos describir a nuestro Salvador, como a veces lo hacen los papistas, en aquellas cosas que tiene relación con su naturaleza humana? ¿podemos o no podemos retratarlo como un infante en los brazos de su madre, o como conversando en la tierra, o colgando de la cruz? Los papistas no solo lo describen así, sino que adoran la imagen o representación de Cristo crucificado, al lo cual llaman crucifijo. Pero, aquello que de Cristo está al alcance del arte del hombre para ser delineado o descrito, es sólo su naturaleza humana, que no debe ser objeto de adoración divina; de modo que la práctica de describirlo de la manera mencionada tiende más a degradar, que a darnos concepciones elevadas y transformadoras de él como tal. 

10. Ebenezer Erskine y James Fisher, Explicación del catecismo menor de la Asamblea, a modo de preguntas y respuestas (1753)

Ebenezer Erskine

P. 9. ¿No podemos tener una imagen de Cristo, quien tiene un cuerpo verdadero? 

A. De ninguna manera; porque, aunque tiene un cuerpo verdadero y un alma racional (Juan 1:14), sin embargo, su naturaleza humana subsiste en su persona divina, cosa que ninguna imagen puede representar (Salmo 45:2). 

P. 10. ¿Por qué los cristianos debemos aborrecer todos los cuadros de Cristo?

A. Porque son mentiras descaradas, que no representan más que la imagen de un simple hombre: mientras que el verdadero Cristo es Dios-hombre; «Emanuel, Dios con nosotros», (1 Tim. 3:16; Mate. 1:23).

11. J.G. Vos (hijo de Geerhardus Vos) Comentario sobre el Catecismo Mayor de Westminster (1949)

2. ¿Está mal hacer pinturas o dibujos de nuestro Salvador Jesucristo?De acuerdo con el Catecismo Mayor, esto es ciertamente incorrecto, ya que el catecismo interpreta el segundo mandamiento como una prohibición de hacer cualquier representación de cualquiera de las tres personas de la Trinidad, lo cual ciertamente incluiría a Jesucristo; la segunda persona de la Trinidad, Dios Hijo. Si bien las imágenes de Jesús son extremadamente comunes en la actualidad, debemos darnos cuenta de que en los círculos calvinistas este es un desarrollo relativamente moderno. Nuestros antepasados al momento de la Reforma –y quizás durante los 300 años siguientes a ella– se abstuvieron escrupulosamente, como cuestión de principio, de permitir o hacer uso de imágenes de Jesucristo. Tales imágenes son tan comunes en la actualidad, y tan pocas personas tienen objeciones de conciencia hacia ellas, que es prácticamente imposible obtener ayudas para la Escuela Dominical o material de historias bíblicas para niños que no tenga esas imágenes. La Sociedad Bíblica Americana es digna de elogio por su decisión de que la figura del Salvador no aparezca en las películas bíblicas publicadas por la Sociedad.

J. G. Vos

3. ¿Qué actitud debemos adoptar en vista de la popularidad actual de las imágenes de Jesucristo?

Se pueden sugerir las siguientes consideraciones en relación con esta pregunta:

(a) La Biblia no presenta información alguna sobre la apariencia personal de Jesucristo, pero sí enseña que no debemos pensar en él con la apariencia que pudo haber tenido “en los días de su carne ”, sino con la que tiene hoy en la gloria celestial, en su estado de exaltación (2 Cor. 5:46).

(b) Dado que la Biblia no presenta datos sobre la apariencia personal de nuestro Salvador, todas las imágenes que los artistas hacen de él son totalmente imaginarias y constituyen unicamente las ideas de los artistas acerca de su carácter y apariencia.

(c) Indiscutiblemente, las imágenes del Salvador han sido muy influenciadas por el punto de vista teológico del artista. La típica imagen moderna de Jesús es el producto del “liberalismo” del siglo XIX y presenta a un “Jesús amable” que enfatizó solo el amor y la paternidad de Dios y dijo poco o nada sobre el pecado, el juicio y el castigo eterno.

(d) Quizás las personas, actualmente, han derivado más ideas de Jesucristo de estas típicas imágenes “liberales” de Jesús que las que han derivado de la Biblia misma. Estas personas inevitablemente piensan en Jesús como una persona humana, en lugar de pensar en él, de acuerdo con la enseñanza bíblica, como una persona divina con una naturaleza humana. El efecto inevitable de la aceptación popular de las imágenes de Jesús es enfatizar demasiado su humanidad y olvidar o descuidar su deidad (cosa que, por supuesto, ninguna imagen puede representar).

(e) Al hacer frente a un mal tan extendido y casi universalmente aceptado, debemos dar un testimonio claro en contra de lo que creemos, está mal, pero no debemos esperar ningún cambio repentino en el sentimiento cristiano sobre esta cuestión. Se necesitarán muchos años de educación en los principios bíblicos antes de que las iglesias y sus miembros puedan regresar a la alta posición de la Asamblea de Westminster sobre esta cuestión. Se requerirá paciencia.

4. ¿No son legítimas las imágenes de Jesús siempre que no sean adoradas o utilizadas como “ayudas para la adoración”?

Según lo interpretado por la Asamblea de Westminster, el segundo mandamiento ciertamente prohíbe todas las representaciones de cualquiera de las personas de la Trinidad, y esto –junto con la verdad enseñada en los Estándares de Westminster de que Cristo es una persona divina con una naturaleza humana tomada en unión con él mismo y no una persona humana– implica que está mal hacer imágenes de Jesucristo para cualquier propósito, sea cual sea. Por supuesto, hay una diferencia entre usar imágenes de Jesús para ilustrar libros o lecciones de historias bíblicas para niños y usar imágenes de Jesús en la adoración como las usan los católicos romanos. Es cierto que lo primero no es un mal de la misma clase que lo segundo. Sin embargo, a pesar de esta distinción hay buenas razones para sostener que nuestros antepasados de la Reforma tenían razón al oponerse a toda representación pictórica del Salvador. Debemos darnos cuenta de que la popularidad, incluso la prevalencia casi indiscutida, de una práctica en particular no prueba que sea correcta. Para probar que una práctica es correcta, debemos demostrar que está en armonía con los mandamientos y principios revelados en la Palabra de Dios. El mero hecho de demostrar que una práctica es común, útil o que parece dar buenos resultados no prueba que sea correcta.

12. John Murray, Imágenes de Cristo (1961)

John Murray

En segundo lugar, las imágenes de Cristo son, en principio, una violación del segundo mandamiento. Una imagen de Cristo, si tiene algún propósito útil, debe evocar algún pensamiento o sentimiento con respecto a él y, en vista de lo que es, este pensamiento o sentimiento será de adoración. No podemos evitar hacer de la imagen un medio de adoración. Pero, debido a que la información acerca de este medio de adoración no se deriva de la única revelación que poseemos con respecto a Jesús, es decir, las Escrituras, tal adoración estará limitada a una mera creación de la mente humana que no tiene garantía revelada. Esto es culto voluntario. Pues el principio del segundo mandamiento es que debemos adorar a Dios únicamente en las formas prescritas y autorizadas por Él. Es un pecado grave limitar la adoración por medio de la invención humana, y eso es lo que implica una imagen del Salvador.

13. G.I. Williamson, El Catecismo Menor para las clases de estudio (1970)

G. I. Williamson

El segundo mandamiento es quebrantado cuando los hombres intentan hacer una figura esculpida o una imagen del Señor Jesucristo. La Biblia nos enseña que hay un solo Dios. Nos enseña a adorar a las tres personas, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, como un solo Dios, quien es el mismo en sustancia, igual en poder y gloria. Pero Pablo nos dice que “no debemos pensar que la Divinidad sea semejante a oro, o plata, o piedra, escultura de arte y de imaginación de hombres». (Hechos 17:29)

Hubo un tiempo en que los protestantes reconocieron este mal. Vieron las imágenes en la Iglesia Católica Romana y entendieron que esto era una violación del segundo mandamiento. Se dieron cuenta de que esto estaba mal (esta creación de imágenes y semejanzas de Cristo) a pesar de que la Iglesia Católica Romana tuvo cuidado de decir que no quería que la gente adorara estas imágenes, sino que solo adorara al Señor a través de estas imágenes. Pero ahora, al parecer, muchos protestantes han aceptado la posición católica romana. Puede que no se den cuenta de esto. Y todavía pueden pensar, en sus mentes, que existe una diferencia importante entre una estatua (imagen) y una retrato (semejanza). Pero el mandamiento no reconoce tal distinción. Nos prohíbe hacer cualquier semejanza, así como nos prohíbe hacer cualquier imagen del Señor.

14. J.I. Packer, Hacia el conocimiento de Dios (1973)

J. I. Packer

¿Qué nos sugiere la palabra «idolatría»? ¿Salvajes arrastrándose frente a un pilar totémico? ¿Estatuas de rostro cruel y  severo en los templos indúes? ¿El baile derviche de los  sacerdotes de Baal alrededor del altar de Elías? Es indudable que estas cosas constituyen idolatría, nada más obvio; pero debemos tener presente que hay también formas más sutiles de idolatría.

Veamos lo que dice el segundo mandamiento: «No te  harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en  el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la  tierra. No te inclinarás a ellas, ni las honrarás; porque yo  soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso…» (Exo. 20:4s). ¿A qué  se refiere este mandamiento? 

Si estuviera aislado, sería natural suponer que se refiere a  la adoración de imágenes de dioses distintos a Jehová; la  idolatría babilónica, por ejemplo, la cual ridiculizó lsaías (Isa.  44:9ss; 46: 18), o el paganismo del mundo greco-romano de  la época de Pablo, del que él escribió en Romanos 1:23,25,  que «cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles … cambiaron la verdad de Dios por la  mentira, honrando y dando culto a las criaturas antes que al  Creador….» Pero en el contexto en que se encuentra el  segundo mandamiento no puede en realidad referirse a esa  clase de idolatría, porque, si así fuera, no haría sino repetir el pensamiento expresado en el primer mandamiento sin  agregar nada nuevo.

En consecuencia, entendemos que el segundo mandamiento como se lo ha considerado siempre en realidad establece el principio de que (para citar a Charles Hodge) «la idolatría consiste no sólo en la adoración de dioses falsos sino también en la adoración del Dios verdadero por  medio de imágenes». En su aplicación cristiana, esto significa que no hemos de hacer uso de representaciones visuales o  pictóricas del Dios trino, ni de ninguna de las personas de la  Trinidad, para fines de adoración. Por lo tanto el mandamiento se refiere, no al objeto de la adoración, sino al modo  en que se realiza; lo que nos dice es que no se han de usar  estatuas o figuras de Aquel a quien adoramos como ayudas  para la adoración.

A primera vista podría parecer extraño que una prohibición de esta naturaleza se haya incluido como parte de los  diez principios básicos de la religión bíblica, porque en un  primer momento no parecería tener mayor sentido. ¿Qué  peligro puede haber, nos preguntamos, en que el que adora  se rodee de estatuas y figuras, si lo ayudan a elevar su  corazón hacia Dios? Estamos acostumbrados  a tratar la  cuestión de si estas cosas deben usarse o no como algo que tiene que ver con el temperamento y los gustos personales. Sabemos que algunas personas tienen crucifijos y cuadros de Cristo en sus habitaciones, y ellas nos informan de que el acto de contemplar estos objetos las ayudan a centrar sus  pensamientos en Cristo cuando oran. Sabemos que muchas  personas sostienen que pueden ofrecer culto de adoración con más libertad y facilidad en las iglesias que están llenas de estos ornamentos que en las que están libres de dichos  elementos. Y bien, decimos, ¿qué tiene eso de malo? ¿Qué daño pueden hacer estas cosas? Si a la gente realmente les resultan útiles, ¿qué más podemos decir? ¿Qué sentido tiene prohibírselos? Frente a esta perplejidad, algunas personas sugieren que el segundo mandamiento se aplica únicamente a representaciones inmorales y degradantes de Dios,  representaciones copiadas de los cultos paganos, y no a otra  cosa.

Pero la misma fraseología del mandamiento en cuestión  descarta una interpretación limitativa de esta naturaleza.  Dios dice en forma muy categórica: «No te harás … ninguna  semejanza…» para uso de culto. Este mandato categórico  prohíbe no sólo el uso de figuras y estatuas que representen a DIOS en forma de animal, sino también el uso de figuras y  estatuas que lo representen como lo más excelso de la creación, es decir el hombre. Igualmente prohíbe el uso de figuras y estatuas de Jesucristo como hombre, si bien Jesucristo  fue y sigue siendo Hombre; porque todas las figuras y estatuas se hacen necesariamente según la «semejanza» del  hombre ideal como lo concebimos nosotros, y por lo tanto están sujetas a la prohibición que establece el mandamiento en cuestión. Históricamente, los cristianos han sostenido distintos puntos de vista en cuanto a si el segundo mandamiento prohíbe el uso de figuras de Jesús para fines docentes (en clases de escuela dominical, por ejemplo), y la cuestión no es de fácil solución; pero no cabe duda alguna de  que el mandamiento nos obliga a separar la adoración, tanto  pública como privada, de las figuras y estatuas de Cristo,  tanto como las figuras y estatuas del Padre.

Pero entonces, ¿cuál es el sentido de esta prohibición tan amplia? Si se considera el realce que se le da al mandamiento mismo, con la terrible sanción que la acompaña (la proclamación del celo de Dios, y de su severidad para castigar a  los transgresores), cabría suponer que se trata de un asunto de crucial importancia. Pero, ¿lo es? La respuesta es que sí. La Biblia nos muestra que la gloria de Dios y el bienestar  espiritual del hombre están ambos directamente vinculados con este asunto. Se nos presentan dos líneas de pensamiento que juntas nos explican ampliamente por qué dicho mandamiento tuvo que ser recalcado tan marcadamente. Dichas  líneas de pensamiento se relacionan, no con la utilidad real  o supuesta de las imágenes, sino con la fidelidad de las  mismas. Son las siguientes:

1. Las imágenes deshonran a Dios, porque empañan su gloria. La semejanza de las cosas en el cielo (sol, luna, estrellas), y en la tierra (hombres, animales, aves, insectos), y en el mar (peces, mamíferos, crustáceos), no constituyen, justamente, una semejanza de su Creador. «Una imagen verdadera de Dios -escribió Calvino- no se ha de encontrar en  todo el universo; y por ello… se mancilla su gloria, y se  corrompe su verdad con una mentira, cada vez que se nos la  presenta a la vista en forma visible…. Por lo tanto, concebir  imágenes de Dios es ya un acto impío; porque con dicha  corrupción su majestad resulta adulterada, y se la imagina como lo que no es.» El punto aquí no es sólo que la imagen representa a Dios con cuerpo y miembros, cuando en realidad no tiene ninguna de las dos cosas. Si esto fuera la única razón para prohibir las imágenes… las representaciones de Cristo serían inobjetables. La cuestión cala mucho más hondo. El nudo de la cuestión de la objeción a las figuras y a las  imágenes es el hecho de que inevitablemente esconden la  mayor parte, si no toda, de la verdad acerca de la personalidad y el carácter del ser divino que se pretende representar.

A modo de ilustración: Aarón hizo un becerro de oro (es  decir, una imagen en forma de toro). El propósito era hacer  un símbolo visible de Jehová, ese Dios poderoso que había  sacado a Israel de Egipto. No cabe duda de que la imagen  tenía como fin honrar a Dios, como símbolo adecuado de su gran poder y fortaleza. Pero no es difícil ver que un símbolo de esta naturaleza en realidad es un insulto a la divinidad, pues, ¿qué idea de su carácter moral, de su justicia, bondad, paciencia, puede colegirse de la contemplación de una estatua de Dios concebido como un toro? En consecuencia la imagen de Aarón escondía la gloria de Jehová. De modo semejante, la compasión que inspira el crucifijo empaña la gloria de Cristo, porque oculta el hecho de su deidad, de su victoria en la cruz, y de su reinado presente. El crucifijo nos habla de su debilidad humana, pero esconde su fortaleza divina; habla de la realidad de su dolor, pero esconde de nuestra visión la realidad de su gozo y de su poder. En estos dos casos, el símbolo resulta indigno principalmente por lo que deja de evidenciar. Y así son todas las  representaciones visibles de la Deidad.

Cualquiera sea nuestro concepto del arte religioso desde un punto de vista cultural, no debiéramos contemplar las  representaciones de Dios en busca de su gloria a fin de que  nos muevan a la adoración; porque su gloria consiste precisamente en aquello que dichas representaciones jamás pueden mostrarnos. Es por esto que Dios agregó al segundo  mandamiento una referencia a sí mismo describiéndose como «celoso» para vengarse de quienes lo desobedecen en esto: porque el «celo» de Dios en la Biblia consiste en su celo por mantener incólume su propia gloria, gloria que resulta empañada cuando se emplean imágenes con fines de adoración. En Isaías 40:18, después de declarar vívidamente la inmensurable grandeza de Dios, la Escritura nos pregunta: «¿A qué, pues, haréis semejante a Dios, qué imagen le compondréis?» Ante esta pregunta no se provee ninguna respuesta sino solamente un respetuoso silencio. Su objeto es recordarnos que es tan absurdo como impío pensar que una imagen, moldeada, como han de serlo forzosamente las imágenes, en copia de alguna criatura, pudiera constituir una semejanza aceptable del Creador.

Pero esta no es la única razón por lo cual nos está prohibido emplear imágenes en el culto de adoración.

2. Las imágenes engañan a los hombres. Sugieren ideas falsas acerca de Dios. La forma inadecuada en que lo representan pervierte nuestros pensamientos sobre él, e imprime en la mente errores de todo tipo en cuanto a su carácter y su  voluntad. Aarón, al hacer una imagen de Dios en forma de un becerro, llevó a los israelitas a pensar que Dios era un ser  que podía ser adorado en forma aceptable con frenético  libertinaje. Por consiguiente la «fiesta para Jehová» que organizó Aarón (Éxo. 32:5) se transformó en una vergonzosa  orgía. Igualmente constituye un hecho histórico el que el  empleo del crucifijo como elemento auxiliar para la oración  ha llevado a que muchas personas confundiesen la devoción con el acto de reflexionar melancólicamente sobre los sufrimientos corporales de Cristo; ha conducido a que se volvieran morbosos acerca del valor espiritual del dolor físico, y ha impedido que adquiriesen un conocimiento adecuado del Salvador resucitado.

Estos ejemplos nos muestran la forma en que las imágenes pueden falsear la verdad de Dios en la mente del hombre. Psicológicamente, es evidente que si nos habituamos a centrar los pensamientos en una imagen o en una figura de aquel a quien vamos a dirigir la oración, eventualmente llegaremos a pensar en él en términos de la representación que nos ofrece dicha imagen, y a orar en igual sentido. Por ello podemos decir que en este sentido nos «inclinamos» y «adoramos» la imagen; y en cuanto la imagen no es una representación fiel de Dios, nuestra adoración adolecerá del mismo defecto. Es por ello que Dios prohíbe que hagamos uso de imágenes y figuras en el culto.

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